
Hoy en día, podemos decir que el fenómeno “friqui” va en aumento. Los multitudinarios encuentros de personas disfrazadas de personajes de “La Guerra de las Galaxias” o “El Señor de los Anillos”, la pasión por vivir situaciones imaginarias en los juegos de rol, el auge de la ciencia ficción y lo fantástico en el cine y la literatura, nos hablan de una evasión de la realidad que si bien, en pequeñas dosis, puede ser necesaria y hasta buena, sin embargo, resulta enfermiza cuando se convierte en un “modus vivendi”, en una realidad ficticia en la que se entra por aburrimiento, aislamiento, inconformismo o lo que es más grave todavía por la falta de referentes reales sobre los que construir la propia vida.
Puede ser este fenómeno un modo de declarar la profunda insatisfacción hacia un mundo uniformado y tecnócrata, donde la productividad económica deshumaniza todo lo que toca y el pensamiento único se impone por encima de los individuos y su rica pluralidad. Pero, aún considerando esta premisa, no deja de ser por ello una huida, un modo falso de afrontar la frustración que la realidad produce.
La realidad no es negativa de por sí. Somos nosotros los que la hacemos negativa, somos nosotros los que le ponemos trabas a una vida que se nos ha dado para nuestra dicha. Sólo si la asumimos como tal y tratamos de transformarla desde la libertad y el amor, será posible encontrar nuestro sitio en la vida. Es en ese intercambio recíproco entre cada uno y ella donde encontraremos nuestra propia identidad. Y ya no tendremos necesidad alguna más de evasión, si acaso, para jugar y descansar un rato, y de nuevo volver a la hermosa tarea de construir la vida, la real, por supuesto.