domingo, 17 de junio de 2007

No hipotecar la propia vida

Hace ya bastante tiempo que en nuestro país tenemos suficiente nivel económico para que una gran mayoría subsista sin tener que pasar graves apuros. Pero, aunque hay quien holgadamente, también es cierto que son un gran número los que llegan con lo justo al final del mes. Hoy la alimentación, ropa, transporte… suponen un gasto importante en muchos presupuestos domésticos. Y, sobre todo la adquisición de una vivienda, se ha convertido en un problema difícil de resolver para muchas familias que comienzan.

Las soluciones a esta situación suelen acarrear un "coste" social o familiar importante: pluriempleo, reducción del número de hijos –no hay tiempo para educarlos ni medios para mantenerlos-, traslados por motivos laborales y posible alejamiento del núcleo familiar… Un coste humano a veces alto, que es factor determinante a la hora de organizar la vida familiar.

Además, nuestro estilo de vida consumista a menudo multiplica los gastos. No obstante, incluso optando por un estilo de vida austero, hay situaciones en las que solamente multiplicando la actividad laboral se pueden sufragar los gastos comunes.

En una situación como ésta, el trabajo centra fuertemente nuestra atención, y condiciona nuestro estilo de vida. Con frecuencia se encuentran familias sometidas a un ritmo en el que el tiempo no se distribuye en función de las relaciones humanas, sino de la productividad. Tanto es así, que resulta difícil que padres e hijos puedan pasar suficiente tiempo juntos. Más bien se tiende a que el tiempo de los hijos también sea productivo para ellos, multiplicando las actividades extraescolares de diversa índole que realizan.

Para otro tipo de relaciones sociales, o para un compromiso de tipo religioso queda aún mucho menos tiempo.

Podemos así perder de vista el sentido de la familia y de las relaciones humanas. Nos olvidamos de que aquello que nos hace más humanos no es cuantitativo en términos económicos, y que sin embargo es aún más necesario que el sueldo que nos sostiene. Olvidamos que el mayor capital que tenemos son las personas a las que amamos. Olvidamos que el mejor fruto que podemos recoger es una familia que permanece unida. Olvidamos que para educar bien lo más importante es pasar tiempo con los hijos. Y olvidamos que para que la familia perdure necesitamos mirar a un Dios cuyo mayor beneficio es velar por que la armonía y la paz sean el alimento cotidiano con el que se sostienen sus hijos. La fe en Él hace que no olvidemos el verdadero valor de cada cosa.

Manuel Quintana M


3 comentarios:

A. JAVIER dijo...

Estoy completamente de acuerdo con la reflexión. Pero me gustaría que hubiese incluido alguna posible alternativa a esta situación en la que nos encontramos tantas personas. Una cosa es teorizar y otra muy distinta es el día a día: hacer vida esas ideas.
Afectuosamente, un saludo.

M. Quintana M. dijo...

Me parece muy oportuna tu observación. Intuyo que al hacerla tendrás alguna inquietud y posiblemente alguna idea interesante. Este es un lugar de reflexión en común, así que nos alegraría recibir tus propuestas.

A. JAVIER dijo...

Antes de nada, agradecer su invitación.
Está claro que al ser cristianos no podemos perder de vista el referente que guía nuestras vidas. Pero eso, ¿cómo se concreta en esta sociedad neoliberal y cada vez más deshumanizada?.
Pienso que es necesario un cambio radical en todos los ámbitos. En el caso del trabajo, que centraba en gran parte su reflexión, sería imprescindible un resurgimiento del sindicalismo, puesto que en los últimos años las centrales sindicales han perdido el poder de presión y cambio. Los trabajadores asistimos impasibles a una progresiva precarización del empleo y no somos capaces de movilizarnos por conseguir mejoras laborales y salariales, que repercutirían en los demás aspectos de nuestras vidas. Está claro que el trabajo precario es una consecuencia más de la globalización económica. Sin embargo, con nuestra actitud agravamos el problema.
Lo realmente difícil es cambiar esa actitud pasiva. Una actitud que también se refleja en otros aspectos de nuestra existencia; y que intento superar siguiendo el mensaje de Jesús. El Evangelio me empuja a intentar mejorar día a día mi vida y la de los demás. No me deja impasible ante la injusticia puesto que creo firmemente que el Reino se puede construir aquí y ahora.
No obstante, hay muchos momentos en los que no sé qué hacer y otros tantos en los que me dejo llevar por esa pasividad. Por este motivo, le hice esa objeción a su reflexión. Tengo claras las ideas pero la dificultad la encuentro a la hora de plasmarlas en mi vida diaria.
Espero que haya entendido lo que quiero decirle.
Cordialmente, un saludo.