domingo, 24 de enero de 2010

EN CAMINO CON LA PALABRA - Ciclo C: T. Ord. 3º

Domingo 3º del Tiempo Ordinario
Celebrar ya la libertad de todos
En todas las culturas y en todos los tiempos el hombre ha dejado patente su necesidad de vertebrar la vida, de orientar su conducta de modo estable, de establecer un orden de prioridades, de llenarla de contenido ético –podríamos decir-, de jalonarla de acontecimientos que dan sentido a todo e iluminan el presente, con una memoria que se actualiza en celebraciones rituales y ancestrales al mismo tiempo. La ley transmitida en el boca a boca o por escrito, o a base de usos o costumbres inapelables, ha sido siempre un reflejo de esta necesidad, de la persona y de los pueblos, de asentar y articular la vida. En sus comienzos las leyes han sido uno de los mejores logros de un estado y -¿por qué no?- de la persona.
La dimensión religiosa de la existencia humana viene a ser eso mismo en la mayoría de los casos, una respuesta a esta necesidad imperiosa de explicar y orientar nuestra existencia. ¿La Ley? Las raíces de la vida están puestas en Dios, hacia él miramos como referente obligado, para explicar no sólo nuestra existencia, sino también para orientar adecuadamente nuestra conducta. Por eso, la entrega de la Ley significó siempre en el pueblo de Israel el momento más grande de su historia y la celebración más significativa a lo largo de los siglos. La Alianza de Dios con su pueblo era sin duda el eje central de la vida de Israel, y ésta se concretaba y se expresaba en la Ley. Celebrar esa Ley era celebrar su libertad, era celebrar la grandeza de un pueblo entre los pueblos, era afirmar la cercanía de un Dios que lo protege y lo conduce hacia la libertad.
Por eso no es de extrañar la fiesta y el gozo que representaba la lectura ritual de esa Ley. El pasaje que hoy leemos del libro de Nehemías afirma aún más cómo la lectura del Libro de la Ley no puede ser motivo ante todo de revisión ni de llanto, sino fundamentalmente de fiesta y de un gozo que es su fortaleza.
Sin embargo no siempre la ley ha sido un logro. Cuando la ley suplanta al legislador, cuando la ley deja de ser la expresión gozosa y el logro más confirmado de una alianza, entonces ésta deja de vertebrar la vida humana y comienza a ser su primer peso, su mayor esclavitud. El pueblo de Israel, las distintas religiones, también se han visto envueltas en esta esclavitud que deshumaniza y trastorna la vida. No sólo la ley civil, también los rígidos esquemas rituales, las tradiciones, la leyes de carácter religioso, también han llegado a ser un freno en el desarrollo de la persona y su libertad.
Por eso, sin duda, asomarse a la Escritura, leerla con devoción, pero con la suficiente madurez humana como para entrar en un diálogo de seres libres con su Dios, es un motivo de fiesta. Jesús se introduce en nuestra historia como la mejor noticia, la “buena noticia”. Con su venida se cumple todo lo que estaba escrito, la ley alcanza su culmen, la alianza de Dios con su pueblo se explicita y se articula para siempre en la ley más definitiva. El Espíritu del Señor es la plenitud de una ley que habla como nunca de esa alianza. Con esta nueva Ley nunca más estaremos solos, se romperán las distancias entre griegos y judíos, esclavos y libres. Esta nueva ley articulará de manera inefable las relaciones entre todos los pueblos, porque es la buena noticia para los pobres, porque libera a los oprimidos, porque anuncia el año de gracia del Señor.
Nos está haciendo falta alguien que lea para todos las Escrituras con un nuevo tono, alguien que con su voz logre calar dentro de todos y encender de nuevo la alegría. La Escritura como una letra muerta acaba por esclavizar, esa Palabra pronunciada con alguien con autoridad, convertida en un signo vivo y actual, con capacidad real para devolver la vista a los ciegos, para iluminar la vida de todos, antes que convertirse en una pesada exigencia moral, esa Palabra, esa Ley vuelve a ser noticia Buena en Jesús y en cada cristiano, en cada hombre que vive en el Espíritu del amor.
Ya no es una simple promesa, sino un poder liberador para el presente. A pesar de que alrededor nuestro descubramos un sin fin de vacíos, de absurdos, de divisiones, de calamidades, esa Palabra puede significar un soplo de aire fresco y nuevo, el respiro verdadero para muchos, para quienes sean capaces de abrir sus puertas al hermano, al que está cerca y al que está lejos, al que piensa como nosotros y al que no comparte nuestras ideas, al que profesa nuestra misma fe y al que pertenece a otro credo religioso, a todos sin exclusión. Esos podrán sentir la emoción y el gozo de verse ante el inicio de una nueva era. Esos no podrán ya seguir lamentándose o llorando incluso las propias culpas. Con Jesús ha llegado la hora de celebrar ya la libertad de todos.
Román Martínez Velázquez de Castro

miércoles, 20 de enero de 2010

Sufrir, ¿para qué?


Las personas de antes sabían sufrir más, es lo que suelen decir siempre los ancianos viendo la vida que llevamos hoy, y seguro que todos lo habremos escuchado alguna vez. Los psicólogos dicen que estamos creando una sociedad blanda, en la que los niños no admiten ninguna contrariedad, por temor a que se pueda derrumbar su vida como un castillo de naipes. Nos hemos acostumbrado a no sufrir, por nada ni por nadie, y parece que el slogan de hoy, '¡divertirse a toda costa!', es lo que nos mueve. Si de verdad escucháramos la sabiduría de nuestros antepasados, este mundo sería de otra manera. Pero hoy nos va lo nuevo, la fiesta, y parece que nos hemos convencido de que nuestra sociedad ya es así, que estamos influidos por unos factores que condicionan nuestra naturaleza, que huimos de todo lo que nos suene a esfuerzo, a compromiso, a fidelidad. ¿Para qué sufrir? ¿Para qué desvivirse por alguien? ¿Por qué tener que perder a alguien o algo?...
Quizás se nos ha olvidado la frase de Jesús: “En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto” (Jn 12, 24), y nos hemos quedado vacíos y solos, y por eso solo vamos hacia delante, sin mirar atrás, sin pensar, intentando por todos los medios evitar cualquier sufrimiento.

Necesitamos más osadía y gallardía para enfrentarnos a todo lo que nos venga. Con contundencia inapelable lo afirmó en una ocasión un escritor existencialista del siglo XIX, el gran Dostoyevski: “sólo temo una cosa, no ser digno de mis sufrimientos”. A lo largo de la historia muchos han manifestado con sus vidas la dignidad del sufrimiento, a nuestro lado tenemos muchas personas que hoy son muy dignas en su nada fácil vida, aunque ni las valoramos suficientemente ni las imitamos. Miestras tanto todos, nosotros mismos, seguimos necesitando una altura, una dignidad que solamente la da el saber vivir y sufrir con entereza.

Sobre este tema seguro que se pueden escribir mucho, pero quería dejar estas dos citas, que me parecen muy buenas para iniciar un diálogo con las personas que tenemos a nuestro alrededor.

Vicente Rodríguez Rodríguez

lunes, 18 de enero de 2010

¿Quién juega con nuestros hijos?

La necesidad de jugar es connatural a todo ser humano y jugando nos relacionamos con los demás y con nosotros mismos, siendo, además de placentero, un elemento fundamental para el desarrollo cognitivo y afectivo de la persona. Jugando hemos construido modelos a los que imitar, hemos querido ser el médico que opera, el bombero que salva o el atleta que logra llegar primero; también el juego ha sido el lugar donde hemos hecho amigos, donde hemos salido de nuestra individualidad para encontrar nuestro sitio en el grupo y junto al grupo. El tipo de juguete y la cantidad de los mismos siempre ha sido lo de menos. Como muestra, vean este video:


Generación tras generación se ha tratado de favorecer el juego espontaneo del niño, y lo hemos ido acompañando en la convergencia de las dos realidades en las que se halla inmerso: la suya interior imaginaria y la del mundo exterior “de los adultos”. Pero a veces, en gran medida como consecuencia del ritmo acelerado de vida que llevamos, nuestro papel educador ha descuidado estos elementos, y hemos dejado reducido el juego a satisfacer el capricho del niño y mantenerlo entretenido durante un tiempo. Si este último planteamiento es el que nos hacemos al regalar un juguete al niño, el niño es el que manda, y ya sabemos, ellos lo quieren todo, y así están las estanterías…. En muchos casos, el miedo a la frustración del niño si no consigue lo que quiere, o la derivada por la comparación con sus semejantes, así como, la superprotección de familiares dispuestos siempre a complacer al niño para que “tenga todo lo que nosotros no hemos podido tener”, han sumergido al niño en la misma corriente consumista en la nos movemos los adultos. A veces da la impresión que nuestras frustraciones no resueltas, las quisiéramos sanar en nuestros hijos, y lo que generamos es una continuación de las mismas, ya que el niño se convertirá en un ser inmaduro e insatisfecho, repitiéndose así la cadena.

“Los juegos de los niños deberían considerarse como sus actos más serios”, decía Montaigne. Nuestra compañía es fundamental para que esta maduración sea equilibrada y constructiva. Sin ella el niño se pierde entre sus caprichos y se encuentra desprotegido a merced de un mercado que nunca satisface su apetito.

Manuel F. Fajardo Rodríguez

sábado, 16 de enero de 2010

EN CAMINO CON LA PALABRA - Ciclo C: T. Ord. 2º

Domingo 2º del Tiempo Ordinario

Un anticipo de lo que está por llegar

El hombre nunca se contenta con una promesa o una esplendida aclaración de la verdad. Una y otra cosa son esperanzadoras, pero sólo si van acompañadas de signos o pequeños adelantos de lo prometido. Esos adelantos son los avales de la promesa o las certificaciones de la verdad. Sucede en política, sucede entre padres e hijos, sucede en el terreno laboral. Y es que en el fondo el hombre es pragmático y su vocación es eficiente. No podía ser menos, cuando se trata de seres hechos por un Dios que gusta de hacer bien las cosas. Recordemos el relato de la creación: “Y vio Dios que era bueno”.

Las corrientes espiritualistas tratan de hacer vivir al hombre a base de ilusiones, de vanas esperanzas, colocado siempre en un mundo que no es el suyo. Y el pietismo por su parte nos coloca como seres inútiles ante un Dios que todo lo puede. Personalmente no me va vivir del aire, como no me va ir cubriendo mi impotencia y todas mis limitaciones con una pátina de divino.

Pero si bien es verdad que afortunadamente el hombre es pragmático y nunca podrá saciarse escapando de su propia naturaleza, también es verdad que lo que más ansía uno, lo que nos permite sentirnos más humanos es algo que no se come, ni se compra, ni se vende. El calor de una familia, la intimidad de una pareja de personas que se quieren, la seguridad que inspira la compañía del amigo, la lucidez que brota de un encuentro y un diálogo integrador con los demás, el goce que produce una obra bella del tipo que sea, el placer de haber colaborado gratuitamente en la construcción y el desarrollo de otra persona o una porción de sociedad, son éstas cosas como menos “pragmáticas” pero que hacen a la persona ser persona y sentirse tal.

Este otro conjunto de elementos que personalizan y socializan al individuo, como también el poder saciar esas otras necesidades más materiales, de alimento, de vivienda, de trabajo, de salud, de bienestar en general, exigen una cooperación activa por parte de todos. No cabe sentarse a esperar, hay que intentar por todos los medios procurarse lo necesario y procurárnoslo mutuamente en ese clima del amor mutuo, de la disponibilidad y el interés de los unos por los otros. Y ahí, sólo ahí, añadiría, aprendiendo a confiar en Dios que, como creador de todos y Padre de todos, también forma parte de este colectivo que llamamos humano.

De un modo prodigioso e inefable uno ve articularse las relaciones y la vida en torno a Jesús, de modo que pueden verse satisfechas todas nuestras aspiraciones. Él ha humanizado a Dios y nos ha mostrado también esa cara pragmática suya. Pero en una conjunción esplendida de lo espiritual y lo material, de lo humano y lo divino, del individuo y la sociedad, de lo “bueno” y lo “malo”. Él ha conseguido integrar al hombre y armonizar su vida, eliminando los dualismos y las contraposiciones que permanentemente lo deshacen. Él ha conseguido devolver al hombre la confianza en Dios y con ésta también la confianza en sí mismo y en sus posibilidades multiplicada por esa simple apertura a Dios y a los demás.

La escena de las Bodas de Caná habla muy bien de todo esto. El evangelista hace ver extrañamente que aún no le ha llegado la hora a Jesús de dar el Signo que se le va a pedir. Se está refiriendo a su muerte y resurrección. No hay mayor signo, ni prueba más pragmática de la verdad que trae y del amor liberador que se acerca a nosotros. Sin embargo nos da ya uno de esos anticipos creando en esas bodas el clima propicio al que me venía refiriendo: es un clima de familiaridad el de esa boda, de cercanía, de interés por servir a los demás, de confianza en María y de confianza un poco aventurada y misteriosa en este Jesús que puede ofrecer el mejor vino al final.

La escena presenta a personas dispuestas cada uno a lo suyo, con abandono grande en “lo que Él diga”. Se nos está transmitiendo el secreto de la vida, que Pablo, por su parte, sistematiza maravillosamente en su primera carta a los Corintios, al recordarles que la vida humana consiste en una buena articulación de servicios que en el fondo son a su vez carismas o dones del mismo Espíritu que es quien “obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece”.

El atractivo de la escena de Caná y el atractivo de la vida humana, con todas sus compensaciones, radica justamente en ser todo obra del Espíritu, obra del amor que circula entre todos, obra de una confianza activa y renovada de los unos en los otros y fundamentalmente en Dios. Sólo Él crea esa intimidad familiar que da al hombre lo más bueno, el vino nuevo al final.

Román Martínez Velázquez de Castro

jueves, 14 de enero de 2010

¿POLÍTICA?, ¡NO GRACIAS!


 Esta expresión y otras parecidas suelen resumir la reacción de la mayoría de los cristianos cuando se les propone que adquieran un compromiso político. Y es que la política, desgraciadamente, muchas veces va asociada a corrupción, mentiras y búsqueda de poder a cualquier precio.

La fantástica película Amazing grace está basada en la vida del parlamentario británico William Wilberforce pionero en la lucha contra la esclavitud en el siglo XVIII y cuyos ideales lo enfrentaron a algunos de los hombres más poderosos de la época. Es un aldabonazo a esa forma de pensar y actuar que nos margina y nos saca fuera de la vida pública, terreno donde estamos llamados a defender los derechos de los más débiles.

Os aconsejo vivamente esta película que recibe su nombre de un famoso himno litúrgico muy conocido en el ámbito de las comunidades cristianas angloparlantes. «Amazing grace» (en español: «Sublime gracia»). Pasaréis un buen rato y descubriréis un personaje que es todo un ejemplo para todos los cristianos, y también para nuestra clase política.
Angel Moreno Muñoz


martes, 12 de enero de 2010

El Paraíso, día a día


Cuando Adán y Eva probaron el fruto prohibido, no fue la desnudez de sus cuerpo lo que tenían que ocultar sino la vergonzosa traición hecha a quien les había ofrecido la amistad más sincera. Antes de la caída no había problema alguno para andar desnudos por el Jardín del Edén y hablar con Dios de tú a tú, descubriendo junto a Él cada rincón de ese maravilloso Paraíso. Dios sólo les puso una condición: no dudar de su bondad, de su gran amor por ellos. Por eso, cuando Eva dudó y pensó que podía crear su propio paraíso con todo lo que había recibido de Dios, cayó sobre ella la amargura de una decisión que la aislaba y reducía como persona. Fue el comienzo de una caída que les condujo lejos del Paraíso, al destierro de una confusa y triste vida.
Esta primera caída se repite entre nosotros como si Adán y Eva no hubieran abandonado del todo nuestra condición humana. Muy a menudo rebasamos los necesarios límites de la vida que Dios creó para nosotros. Él nos creó para vivir en comunión, y nosotros nos empeñamos en mal-vivir como solitarios egoístas. Nos dio la verdad y el gusto por lo auténtico y, sin embargo, no nos resistimos al poder de nuestros caprichos y debilidades. Nos ofrece amistad sincera y comprometida, pero antes tenemos que deshojar la margarita de nuestro interés y conveniencia. Vivo en una mentira… pero es “mi” mentira. Como vemos, el fruto prohibido sigue estando ahí, tan tentador como siempre, bajo sus mil seductoras caras.
Basta ver cómo nos enredan la falta de confianza, las infidelidades, las hipocresías sobre las que construimos una personalidad falsa y oscura. Cuántas veces nos hemos descubierto frente a Dios, presente en toda relación sincera con los demás, tapando nuestras vergüenzas con una hoja de parra, dejando que ésta separe lo que el amor había unido. Son elecciones diarias, pequeñas o grandes, que por “salvar nuestro pellejo”, nos van lentamente alejando del Paraíso, de una Verdad y una Vida más grandes, sintiéndonos extraños en nuestra propia tierra y sin capacidad para reconocer al otro como “carne de mi carne”, ahogados en nuestros egoísmos y orgullos, con una vida pobre y raquítica, donde hay que mendigar aquello que Dios nos daría generosamente.
Estamos necesitando un urgente golpe de timón, porque cuanto más nos alejamos del Paraíso, más larga se hace la vuelta. ¡Hoy puede ser este punto de retorno! Tenemos que mirar más allá de nosotros mismos para poder disfrutar del Paraíso que Dios ha creado para mí. Un Paraíso que supera siempre nuestras expectativas porque en él toda la realidad es un don.
Francisco J. Campos Martínez

sábado, 9 de enero de 2010

EN CAMINO CON LA PALABRA - Bautismo del Señor


 Un Espíritu que renueva y sostiene
Durante siglos la Iglesia ha venido desempeñando una función social de primera importancia. Cuando la enseñanza era privilegio de muy pocos, o la asistencia sanitaria sólo era accesible para las clases más beneficiadas, cuando los niños quedaban sin la protección de un hogar, o los pobres se veían condenados a vagar en las calles sin asistencia alguna, la Iglesia ha estado ahí siempre prestándose la primera, tomando iniciativas y fundando miles de instituciones para cumplir lo que es su vocación esencial: el servicio a los más necesitados y el anuncio del evangelio a los más pobres de todos. El suyo ha sido siempre un servicio social directo y, al mismo tiempo, una llamada de atención a la sociedad, que debe poner sus mayores esfuerzos en el desarrollo de la justicia y el respeto a la dignidad de las personas.
Podríamos elaborar una lista interminable de estos servicios e instituciones que a lo largo de los siglos han nacido en el seno de la Iglesia, gracias a la radicalidad y la entrega de personas ejemplares que han arriesgado todo en este mundo al servicio de sus semejantes. Ahí están los más grandes santos y fundadores que conocemos, pero también junto a ellos un sinfín de personas, de voluntarios que también han puesto su vida al servicio de causas tan nobles. También en la actualidad surgen nuevos campos en los que el cristiano da testimonio de su fe, de la vocación profunda a la que está llamado por el bautismo. Son personas consagradas y sobre todo laicos que no dudan en dar parte de su tiempo o todo su tiempo para la promoción del tercer mundo, para la asistencia y el cuidado de drogodependientes, de enfermos de SIDA, para la atención a discapacitados, para la ayuda a los ancianos, para el cuidado de los enfermos en hospitales y en sus domicilios, y un largo etcétera que hace muy actual el mensaje y la fuerza evangelizadora de Jesús.
En los últimos años se han multiplicado las asociaciones aconfesionales sin fin lucrativo que, en esta misma línea, tratan de poner de relieve la necesidad de la solidaridad entre todos los pueblos y personas. Se han multiplicado por miles los voluntarios que en las más diversas ONG’s ofrecen algo de sí mismos, de sus cualidades, de lo suyo, de su tiempo, para socorrer a quien más lo necesita. Los gobiernos, por su parte, han hecho que ya no sean tan necesarias labores asistenciales que la Iglesia ha realizado durante siglos, en el campo de la enseñanza, de la salud y de la asistencia social en general. Esta responsabilidad asumida desde el estado es un logro por el que todos debemos felicitarnos, así como por la multiplicación de las ONG’s y de los más diversos voluntariados.
Sin embargo queda aún mucho terreno por recorrer. En la persona de Jesús se ha manifestado un Dios que es Padre de todos, misericordia sin límites, que se compadece con el dolor de cada hombre. Y ninguna actividad, ni ninguna institución, serán suficientes para expresar la caridad infinita de nuestro Dios. Ni la tarea social que desempeñan los gobiernos, ni el nacimiento de los múltiples voluntariados en la sociedad, suplen el deber de cada cristiano y de la Iglesia como cuerpo en el orden del amor fraterno.
Nuestra tarea será siempre la de hacer presente a este Dios de amor infinito y mover a todos a entrar en el mismo círculo de la justicia, de la solidaridad, de la caridad misma de Dios. En el Bautismo de Jesús, Dios lo manifiesta a todos como su Hijo, como quien puede hacerlo cercano a cada ser humano. Él ha sido ungido con la fuerza del Espíritu Santo para aliviar los dolores de la humanidad. Ha sido consagrado por el Padre para anunciar la buena nueva a los Pobres, para bautizar a quienes se conviertan con Espíritu Santo y fuego.
La Iglesia, la gran familia de los bautizados en Cristo, es continuación suya en la historia. Ha sido hecha partícipe de todos los dones divinos, para ser una presencia suya liberadora hasta los confines de la tierra. No podemos descansar, por tanto, ni creer cumplido nuestro tiempo por el surgir de todas estas nuevas asociaciones y voluntariados que trabajan por el hombre y el bien común. Ahí se hace más necesaria nuestra presencia, para que nunca falte la luz y la fuerza del Espíritu que alienta y sostiene a todos. El cristiano, juntamente con Cristo, está llamado a ser con su testimonio y su palabra un reclamo constante para todos, una luz y un soporte de la justicia y de la fidelidad a Dios y a cada hombre, garantes de la libertad verdadera y de una humanidad proyectada hacia un futuro de comunión y de auténtico progreso para todos sin distinción.
Román Martínez Velázquez de Castro

EN CAMINO CON LA PALABRA - Fiesta de Epifanía

«Sobre ti amanecerá el Señor»


El mundo de los gentiles no es ya un mundo marginado. Más bien diría que ser creyente, ser religioso, es lo que hoy aparca a algunos y los saca de la carrera del progreso y de la cultura moderna. Como si cultura y progreso fueran casi equivalentes de agnosticismo o increencia. Así las cosas, no parece en principio un avance el que Dios se haya querido revelar con el nacimiento de Jesús también a los gentiles, a los que quedaban prácticamente excluidos de los planes salvíficos de Dios, según el parecer de la casta religiosa.

En realidad los creyentes hemos transformado en muchas ocasiones la relación con Dios, la cuestión de la fe, en una especie de pugna por el privilegio y hasta el monopolio de Dios. Mientras tanto los no creyentes han constituido un mundo paralelo, en el que ya cuenta poco la valoración que de ellos se haga desde las religiones. La cuestión actual sería sobre todo saber dónde colocarnos, hacer la opción por uno u otro universo, el universo de la fe o el universo de la increencia. Casi diría más, la cuestión actual sería valorar qué es lo que prevalece, qué es lo más puntero hoy o, dicho de otro modo, valorar lo que está de moda o no lo está.

Sin embargo para Jesús la cuestión es bien distinta. Se trata, más bien, de ver cómo reunir a todos, de encontrar la única verdad que nos iguala y nos pone en relación. El nacimiento de Jesús desconcierta al poder religioso de la época, incomoda a los que se habían abrogado en exclusiva los derechos de la fe. Es un nacimiento que pone nervioso y sacude el poder establecido de quienes se consideraban con la exclusiva del “pueblo de Dios”. La vocación de Jesús es universal, alcanza a todos, él viene para reunir de nuevo a la humanidad.

Esta presentación de hoy a los magos de oriente es la presentación o manifestación del proyecto salvífico de Dios que se abre hasta los confines del universo, y que transciende el esquema religioso de Israel, para abrirse a los hasta entonces llamados “gentiles”. Jesús, el Hijo del Hombre, el Dios-con-nosotros es ahora el único mediador entre Dios y los hombres. En él Dios se hace asequible para todo ser humano, porque él mismo se humaniza, asume como lugar de manifestación nuestra propia carne, como lugar de encuentro el mismo ser humano.

Es la plenitud de la religión, porque es la manifestación más completa de Dios y la más asequible, la más cercana. Porque en Jesús definitivamente Dios y el hombre se funden. La ley externa deja de ser un privilegio, un muro de separación, y es sustituida por la ley interna, la ley del Espíritu que se nos ha comunicado a todos. La predicación de San Pablo es definitiva: “que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Ya no nos separa la Ley, nos une el Espíritu que se nos ha dado, el Espíritu de Dios, presente en cada hombre. La fe no es un privilegio, sino un don que universaliza y extiende las posibilidades de todos.

La respuesta de los magos de oriente a una revelación, en principio imprecisa y oscura, es una respuesta de comunión, de fusión con el Dios que acaba de nacer. Sus dones son anuncio de la realidad que acaba de nacer y expresión de toda una actitud nueva del mundo gentil frente a Dios y frente a lo religioso.

Dios se ha acercado y manifestado al mundo, eliminando cualquier barrera o privilegio; y el mundo debe hacer lo propio, acercándose de nuevo a Dios y entre sí, rompiendo las barreras elevadas por las religiones, por las ideologías, por el poder, por todo aquello que nos separa a quienes nacimos para ser un solo pueblo.

Tanto el atomismo promovido por el individualismo, el regionalismo, el racismo, como también, por su parte, la marcha prácticamente ineludible hacia la globalización, necesitan de este equilibrio nuevo de fuerzas que representa Jesús. En él, en su evangelio, encuentran la armonía pluralidad, diversidad y comunión. En él se da el diálogo necesario entre Dios y el hombre, entre las personas y las culturas, entre todos los pueblos. No reduce nunca el espacio, sino que lo agranda; no encadena, sino que libera; no margina, sino que integra; no hace clases, sino que pone de relieve la dignidad de cada ser humano al servicio del bien común. Nos falta acercarnos a Belén, a ese sitio pequeño y perdido para encontrarlo entre los humildes y presentarle al hombre-Dios o al Dios humanado lo mejor de nosotros mismos.

Román Martínez Velázquez de Castro

viernes, 8 de enero de 2010

Había una vez un circo...

Compartimos con vosotros la siguiente reflexión:

"Señoras y señores, les invito a adentrarse en un mundo diferente, un mundo que les hará vibrar de emoción, donde los más pequeños se convierten en gigantes, donde los fracasados llegan a ser triunfadores, donde entran en juego la libertad, la esperanza, la superación y donde tú, solo tú, eres el protagonista de este gran… ¡”Circo de la mariposa”! ¡Cojan asiento porque la función va a empezar!



Nunca había escrito en un blog ¡ni siquiera sabía que era capaz de hacerlo! Nos hemos acostumbrado a ser ese observador pasivo que escucha, mira, aprende… pero que no se implica.

Hace unos días me encontré con este sugerente cortometraje protagonizado por Eduardo Verástegui y Nick Vujicic. El vídeo ha ganado el primer premio del concurso de cortos “The Doorpost Film Project" que reconoce su aportación a la promoción de valores como la esperanza y la dignidad humana. Aunque en mi opinión destacan más otros como el perdón, la humildad, la alegría, la libertad, la redención y la fuerza de voluntad. Valores perdidos en una sociedad etiquetada, en la que si no das la talla no eres nadie.
Al verlo, me hizo recordar las veces que nos quedamos en nuestras limitaciones y nos olvidamos de lo bueno que somos capaces de alcanzar. Desde el lado de Dios, con una pequeña dosis de confianza, uno logra ver mejor lo mucho de bueno que llevamos dentro, y que con la ayuda de los demás podemos sacar fuera. Aunque a veces nos es más cómodo seguir viviendo con nuestros fracasos que intentar superarlos, y huimos de las personas para permanecer aprisionados en ese mundo estrecho y raquítico que hemos creado a base de mirarnos demasiado a nosotros mismos.

Pienso que esa es la peor discapacidad que tenemos. Nuestro corazón está imposibilitado para amar en la medida que no nos damos a los demás y nos obsesionamos por vivir de nuestro yo sin tener en cuenta al otro, que es el reflejo mismo de Dios.

Hay que vivir la vida como la ve Méndez, sin prejuicios ni etiquetas, y haremos de este mundo un mundo mejor, con personas libres. Podemos tropezar en el camino, pero con cada golpe nos haremos mas fuertes porque sabemos que no caminamos solos, que siempre hay alguien que te tiende la mano y te dice ¿Quieres formar parte de la función? ¿Qué eres capaz de ofrecer? Dios ya te ha concedido tu número en el Circo, tú decides cuándo saltar a la pista."
Carmen Valverde

jueves, 7 de enero de 2010

Pasó la Navidad: ¿Y ahora qué?

Parece que fue ayer cuando estábamos preparando la Navidad y nos proponíamos hacer un alto en el camino para poder empaparnos de este regalo, pero, por más que intentemos contrastarlo por si fuera un “deja vu”, el calendario nos recuerda que hay que volver al trabajo, continuar con la rutina diaria. Han sido unos días de intimidad con Dios y con las personas más cercanas, y al mismo tiempo nos hemos encontrado con momentos de fiesta y alegría.

Después de celebrar la Epifanía y de agotar los últimos cantos de villancicos, hay que desvestir el árbol, deshacer el Belén y guardarlo, y al hacerlo parece que bajáramos del tren tras un estupendo viaje, dejando lo mejor atrás y aceptando con resignación la realidad presente. ¿Y ahora qué?


Me asaltaba esta inquietud porque, como decía antes, estos días hemos tenido muy presente la cercanía de Dios y, a través de las celebraciones litúrgicas que hemos festejado en la parroquia y de las personas con las que he compartido estos días, he redescubierto de una manera nueva mi relación con Él.

Si bien durante el año tratamos de responder a las inquietudes que suscita la fe, uno cae, como en otras tantas facetas de nuestra vida, en la rutina y repites muchos ritos para estar junto a Dios, pero a la vez piensas que las cosas prácticas no las soluciona nadie, ni siquiera Dios, y no dejas que entre en tu vida sin reservas hasta aterrizar a lo más concreto. A veces descuidamos la relación con este Dios y Hombre que está siempre a las puertas de nuestra casa esperando que abramos los pestillos que el miedo o el orgullo sugirió cerrar un día. Nos sentimos seguros de su protección, sabemos que podemos contar con Él en las dificultades e incluso nos sentimos agradecidos por los dones que nos hace llegar, pero nos olvidamos de cultivar activamente la relación personal con Él. No basta con adorarlo, y reconocer su gloria y grandeza, eso lo dejaría otra vez lejos allá arriba rodeado de misterio. Hay que bajarlo de las alturas y devolverle al pesebre terrenal para que pueda nacer y renacer en el interior de cada hombre y en la relación con las personas que nos rodean, cada día del año, para que pueda participar en cada resquicio de nuestra existencia y renovarla.

Por eso es importante que al volver al quehacer diario, actuemos de forma tal que nuestro proceder sea expresión de la Luz que hemos redescubierto estos días, expresión de esa relación personal y familiar con Dios, y para eso es necesario que dejemos de presentarnos cada uno como protagonista de su vida dejando su huella caprichosa en lo que hace, y nos mostremos en todo momento a los demás como hijo de Dios que participan junto a sus hermanos de esta gran familia humana y divina que trata de llevar claridad y naturalidad a este mundo.

Manuel F. Fajardo Rodríguez

martes, 5 de enero de 2010

Sin noticias de ti

En la sociedad de la comunicación no hay nada más paradójico que la incomunicación profunda en la que vivimos. Más posibilidades que nunca para hacernos presentes los unos a los otros, pero más dificultades que nunca para dialogar, para mostrarnos como somos, para entender al otro. Crecen los medios de comunicación pero no la calidad de nuestras relaciones. Una vez más hemos de plantearnos qué está pasando, por qué esa incapacidad para salir de nosotros y entrar en el otro, sin falsedades ni egoísmos.

El mundo de internet, del SMS, de las redes sociales, etc., se ha convertido en un arma de doble filo. Con todo lo bueno que tiene, viene a camuflar también la necesidad de comunicarnos a los demás con posibilidades bastante engañosas. Sin darnos cuenta podemos caer en la trampa de creer que por utilizar mucho los medios de comunicación ya estamos comunicados, y nada más lejos de la realidad.

Sin duda que no es fácil encontrar interés, respeto, sinceridad, compromiso, en la relación con las personas, pero si no la ofrecemos nosotros no tenemos derecho a quejarnos por ello. Son los pilares básicos sobre los que se constituye una comunicación auténtica y satisfactoria. Esta abundancia de medios nos facilita mucho el intercambio de información pero puede distraernos de lo verdaderamente esencial: entablar una comunicación profunda de nosotros mismos. Y aunque eso nos atrae y lo necesitamos, me temo mucho que nos da miedo entrar en ese tipo de diálogo, como si el hablar de nuestras necesidades más profundas y reales pudiera comprometernos en exceso, dejarnos desnudos ante el otro. Es algo tan comprometido y serio que incluso muchas personas parecen haber renunciado a ello para siempre. ¡Y no saben lo que se pierden!

Si hay algo humano y liberador, algo que nos llene de verdadera felicidad, es poder compartir con alguien lo que realmente somos, sin disimulos ni engaños. Mucho más si ese alguien es un ser querido y cercano. Silenciar nuestras inquietudes, acallar nuestros sentimientos, reprimir nuestros deseos, a nadie puede dejar satisfecho. Cuando actuamos así, antes o después nos sentimos solos, vacíos, porque acabamos recluidos en la solitaria isla de nuestro yo, y allí realmente no hay mucho de lo que llenarse. De este peligro no estamos libres nadie y basta, para comprobarlo, echar un vistazo a la calidad de la comunicación entre padres e hijos, en la vida de pareja, en las pandillas de amigos. Podemos estar rodeados de gente todo el día, estar aparentemente “comunicados”, pero cuando no hay verdadera comunión, uno acaba preguntándose: ¿A quién le importo realmente? ¿Quién me conoce de verdad? ¿Con quién cuento para siempre y sin condiciones? La soledad e insatisfacción de la incomunicación están extendidas entre nosotros mucho más de lo que podemos imaginarnos.

Por eso es importantísimo atreverse a romper moldes y entrar con los demás en un recíproco darse, creyendo incondicionalmente en que la gratuidad y el amor es lo que me hace profundamente persona. Estos días de Navidad celebramos que «la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros». Esa Palabra es Dios mismo. Él ha entrado en nuestra historia desde la desnudez y la humildad de un niño para interesarse por nosotros y mostrarnos el camino de la verdad. Una verdad que nos descubre las falsedades de nuestro mundo y nos abre a lo mejor de nosotros mismos. No estamos hechos para el individualismo ni el engaño por mucho que nos empeñemos en practicarlos. Cada uno de nosotros ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es decir, creado para un permanente diálogo de amor. Por eso, si hemos encontrado alguien con quien vivir así no lo desaprovechemos, sigamos creciendo, y si son muchos, tanto mejor, y si alguien aún busca con quien entablar ese diálogo, desde este blog, desde esta Parroquia de San Juan Mª Vianney, que cuente con nosotros, podemos intentarlo juntos, seguros de que la palabra, cuando nace del amor, engendra vida, mucha vida.
Francisco J. Campos Martínez

lunes, 4 de enero de 2010

Encuentro con inmigrantes

El pasado día 20 de diciembre tuvo lugar en la Parroquia San Juan Mª Vianney un encuentro donde acudieron más de 130 inmigrantes del barrio y algunos miembros de la comunidad parroquial.

Son ya varios años los que llevamos conociéndonos. La parroquia ha sido el lugar que ha servido de punto de encuentro durante todo este tiempo. Muchos de los inmigrantes que se han acercado a esta parroquia lo han hecho pidiendo ayuda por distintos motivos, y hemos tratado de responder a estas necesidades con ayuda alimenticia, asesoramiento y orientación siguiendo de cerca sus problemas, búsqueda de empleo, entrega de ropa… y sobre todo y esencialmente, con una sincera acogida abierta a la relación fraternal. Otro grueso de estos inmigrantes, los hemos conocido por su participación en las distintas celebraciones y actividades que se desarrollan habitualmente en la parroquia.

En todos estos años se ha creado de manera natural una amistad entre estos inmigrantes y la comunidad parroquial, que va mas allá de las ayudas concretas que ofrecemos para solventar las dificultades inmediatas que les apremian. Se ha ido expresando un verdadero interés por conocernos sin que la cultura, la religión o la tradición sea un obstáculo para el acercamiento, sino todo lo contrario, un regalo para el otro de lo mejor de nosotros mismos.
Con motivo de la Navidad, y con el fin de celebrarla juntos compartimos esta tarde de domingo, en un clima de familiaridad y fiesta, con mucha presencia de niños. Don Román, párroco de San Juan Mª Vianney, saludó a los presentes, mostrando su satisfacción y alegría por encontrarnos todos y presentó la diversidad de procedencias que estaba reunida en el salón de actos: Marruecos, Argelia, Senegal, Brasil, Argentina, Bolivia, Colombia, Guatemala y Ecuador, el grupo más numeroso seguido por los marroquíes. Después introdujo las presentaciones audiovisuales y las actuaciones y bailes típicos que iban a suceder, y nos recordó la importancia de mantener las tradiciones y las raíces como don de los unos para los otros, para enriquecernos recíprocamente


Dos grupos integrados por mujeres ecuatorianas de distintas edades, nos recrearon con unos vistosos bailes, vestidas con trajes típicos de sus regiones. El público disfrutó mucho con las actuaciones y así se lo mostraron con sus largos aplausos.

Posteriormente, merendamos con un chocolate, dulces y bizcochos que la comunidad parroquial había preparado y con manjares tradicionales de Ecuador y Marruecos que trajeron los participantes. Es de destacar el esfuerzo realizado por estas personas, ya que en muchos casos prepararon estos platos con los alimentos que habían recibido como ayuda.

En algún momento de la tarde tuve presente el evangelio de ese domingo, la Visitación de Maria a su prima Isabel, el encue ntro de dos realidades aparentemente distintas, que se hace gozoso al descubrir que es una misma obra de Dios.

La despedida fue un “hasta luego”. Contentos por la convivencia, muchos mostraron su interés por volver a encontrarnos pronto.

Manuel F. Fajardo Rodríguez