sábado, 16 de enero de 2010

EN CAMINO CON LA PALABRA - Ciclo C: T. Ord. 2º

Domingo 2º del Tiempo Ordinario

Un anticipo de lo que está por llegar

El hombre nunca se contenta con una promesa o una esplendida aclaración de la verdad. Una y otra cosa son esperanzadoras, pero sólo si van acompañadas de signos o pequeños adelantos de lo prometido. Esos adelantos son los avales de la promesa o las certificaciones de la verdad. Sucede en política, sucede entre padres e hijos, sucede en el terreno laboral. Y es que en el fondo el hombre es pragmático y su vocación es eficiente. No podía ser menos, cuando se trata de seres hechos por un Dios que gusta de hacer bien las cosas. Recordemos el relato de la creación: “Y vio Dios que era bueno”.

Las corrientes espiritualistas tratan de hacer vivir al hombre a base de ilusiones, de vanas esperanzas, colocado siempre en un mundo que no es el suyo. Y el pietismo por su parte nos coloca como seres inútiles ante un Dios que todo lo puede. Personalmente no me va vivir del aire, como no me va ir cubriendo mi impotencia y todas mis limitaciones con una pátina de divino.

Pero si bien es verdad que afortunadamente el hombre es pragmático y nunca podrá saciarse escapando de su propia naturaleza, también es verdad que lo que más ansía uno, lo que nos permite sentirnos más humanos es algo que no se come, ni se compra, ni se vende. El calor de una familia, la intimidad de una pareja de personas que se quieren, la seguridad que inspira la compañía del amigo, la lucidez que brota de un encuentro y un diálogo integrador con los demás, el goce que produce una obra bella del tipo que sea, el placer de haber colaborado gratuitamente en la construcción y el desarrollo de otra persona o una porción de sociedad, son éstas cosas como menos “pragmáticas” pero que hacen a la persona ser persona y sentirse tal.

Este otro conjunto de elementos que personalizan y socializan al individuo, como también el poder saciar esas otras necesidades más materiales, de alimento, de vivienda, de trabajo, de salud, de bienestar en general, exigen una cooperación activa por parte de todos. No cabe sentarse a esperar, hay que intentar por todos los medios procurarse lo necesario y procurárnoslo mutuamente en ese clima del amor mutuo, de la disponibilidad y el interés de los unos por los otros. Y ahí, sólo ahí, añadiría, aprendiendo a confiar en Dios que, como creador de todos y Padre de todos, también forma parte de este colectivo que llamamos humano.

De un modo prodigioso e inefable uno ve articularse las relaciones y la vida en torno a Jesús, de modo que pueden verse satisfechas todas nuestras aspiraciones. Él ha humanizado a Dios y nos ha mostrado también esa cara pragmática suya. Pero en una conjunción esplendida de lo espiritual y lo material, de lo humano y lo divino, del individuo y la sociedad, de lo “bueno” y lo “malo”. Él ha conseguido integrar al hombre y armonizar su vida, eliminando los dualismos y las contraposiciones que permanentemente lo deshacen. Él ha conseguido devolver al hombre la confianza en Dios y con ésta también la confianza en sí mismo y en sus posibilidades multiplicada por esa simple apertura a Dios y a los demás.

La escena de las Bodas de Caná habla muy bien de todo esto. El evangelista hace ver extrañamente que aún no le ha llegado la hora a Jesús de dar el Signo que se le va a pedir. Se está refiriendo a su muerte y resurrección. No hay mayor signo, ni prueba más pragmática de la verdad que trae y del amor liberador que se acerca a nosotros. Sin embargo nos da ya uno de esos anticipos creando en esas bodas el clima propicio al que me venía refiriendo: es un clima de familiaridad el de esa boda, de cercanía, de interés por servir a los demás, de confianza en María y de confianza un poco aventurada y misteriosa en este Jesús que puede ofrecer el mejor vino al final.

La escena presenta a personas dispuestas cada uno a lo suyo, con abandono grande en “lo que Él diga”. Se nos está transmitiendo el secreto de la vida, que Pablo, por su parte, sistematiza maravillosamente en su primera carta a los Corintios, al recordarles que la vida humana consiste en una buena articulación de servicios que en el fondo son a su vez carismas o dones del mismo Espíritu que es quien “obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como a él le parece”.

El atractivo de la escena de Caná y el atractivo de la vida humana, con todas sus compensaciones, radica justamente en ser todo obra del Espíritu, obra del amor que circula entre todos, obra de una confianza activa y renovada de los unos en los otros y fundamentalmente en Dios. Sólo Él crea esa intimidad familiar que da al hombre lo más bueno, el vino nuevo al final.

Román Martínez Velázquez de Castro

2 comentarios:

Paco dijo...

Sus palabras me han iluminado profundamente. Suelo poner a Dios muy lejos de mi vida, cuando Él está ahí para hacerme verdaderamente humano y darle sentido a todo. ¡Ese Dios sí que puede satisfacer nuestras mejores aspiraciones! Gracias.

AntonioL dijo...

Gracias por su reflexión. Nunca estamos satisfechos con las circunstancias que nos toca vivir, y esperamos que Dios nos haga llegar tiempos mejores. Coincido con Ud.,no creo que Dios nos prive de poder vivir plenamente ahora. De hecho, gracias a esta experiencia del presente, creo en el paraiso que esta por llegar. Gracias de nuevo, y enhorabuena por el blog.