jueves, 7 de enero de 2010

Pasó la Navidad: ¿Y ahora qué?

Parece que fue ayer cuando estábamos preparando la Navidad y nos proponíamos hacer un alto en el camino para poder empaparnos de este regalo, pero, por más que intentemos contrastarlo por si fuera un “deja vu”, el calendario nos recuerda que hay que volver al trabajo, continuar con la rutina diaria. Han sido unos días de intimidad con Dios y con las personas más cercanas, y al mismo tiempo nos hemos encontrado con momentos de fiesta y alegría.

Después de celebrar la Epifanía y de agotar los últimos cantos de villancicos, hay que desvestir el árbol, deshacer el Belén y guardarlo, y al hacerlo parece que bajáramos del tren tras un estupendo viaje, dejando lo mejor atrás y aceptando con resignación la realidad presente. ¿Y ahora qué?


Me asaltaba esta inquietud porque, como decía antes, estos días hemos tenido muy presente la cercanía de Dios y, a través de las celebraciones litúrgicas que hemos festejado en la parroquia y de las personas con las que he compartido estos días, he redescubierto de una manera nueva mi relación con Él.

Si bien durante el año tratamos de responder a las inquietudes que suscita la fe, uno cae, como en otras tantas facetas de nuestra vida, en la rutina y repites muchos ritos para estar junto a Dios, pero a la vez piensas que las cosas prácticas no las soluciona nadie, ni siquiera Dios, y no dejas que entre en tu vida sin reservas hasta aterrizar a lo más concreto. A veces descuidamos la relación con este Dios y Hombre que está siempre a las puertas de nuestra casa esperando que abramos los pestillos que el miedo o el orgullo sugirió cerrar un día. Nos sentimos seguros de su protección, sabemos que podemos contar con Él en las dificultades e incluso nos sentimos agradecidos por los dones que nos hace llegar, pero nos olvidamos de cultivar activamente la relación personal con Él. No basta con adorarlo, y reconocer su gloria y grandeza, eso lo dejaría otra vez lejos allá arriba rodeado de misterio. Hay que bajarlo de las alturas y devolverle al pesebre terrenal para que pueda nacer y renacer en el interior de cada hombre y en la relación con las personas que nos rodean, cada día del año, para que pueda participar en cada resquicio de nuestra existencia y renovarla.

Por eso es importante que al volver al quehacer diario, actuemos de forma tal que nuestro proceder sea expresión de la Luz que hemos redescubierto estos días, expresión de esa relación personal y familiar con Dios, y para eso es necesario que dejemos de presentarnos cada uno como protagonista de su vida dejando su huella caprichosa en lo que hace, y nos mostremos en todo momento a los demás como hijo de Dios que participan junto a sus hermanos de esta gran familia humana y divina que trata de llevar claridad y naturalidad a este mundo.

Manuel F. Fajardo Rodríguez

2 comentarios:

M. Quintana M. dijo...

Creo que Dios bajó a un pesebre, y nosotros seguimos perdiendo el tiempo mirando al cielo, diciendo que lo buscamos. Está tan cerca de nosotros que casi no nos atrevemos ni a abrir los ojos. Gracias, Manuel, por tu reflexión.

Jose Antonio Martínez Fernández "Longoria" dijo...

Eso es la "adhesión" a Dios.