domingo, 24 de enero de 2010

EN CAMINO CON LA PALABRA - Ciclo C: T. Ord. 3º

Domingo 3º del Tiempo Ordinario
Celebrar ya la libertad de todos
En todas las culturas y en todos los tiempos el hombre ha dejado patente su necesidad de vertebrar la vida, de orientar su conducta de modo estable, de establecer un orden de prioridades, de llenarla de contenido ético –podríamos decir-, de jalonarla de acontecimientos que dan sentido a todo e iluminan el presente, con una memoria que se actualiza en celebraciones rituales y ancestrales al mismo tiempo. La ley transmitida en el boca a boca o por escrito, o a base de usos o costumbres inapelables, ha sido siempre un reflejo de esta necesidad, de la persona y de los pueblos, de asentar y articular la vida. En sus comienzos las leyes han sido uno de los mejores logros de un estado y -¿por qué no?- de la persona.
La dimensión religiosa de la existencia humana viene a ser eso mismo en la mayoría de los casos, una respuesta a esta necesidad imperiosa de explicar y orientar nuestra existencia. ¿La Ley? Las raíces de la vida están puestas en Dios, hacia él miramos como referente obligado, para explicar no sólo nuestra existencia, sino también para orientar adecuadamente nuestra conducta. Por eso, la entrega de la Ley significó siempre en el pueblo de Israel el momento más grande de su historia y la celebración más significativa a lo largo de los siglos. La Alianza de Dios con su pueblo era sin duda el eje central de la vida de Israel, y ésta se concretaba y se expresaba en la Ley. Celebrar esa Ley era celebrar su libertad, era celebrar la grandeza de un pueblo entre los pueblos, era afirmar la cercanía de un Dios que lo protege y lo conduce hacia la libertad.
Por eso no es de extrañar la fiesta y el gozo que representaba la lectura ritual de esa Ley. El pasaje que hoy leemos del libro de Nehemías afirma aún más cómo la lectura del Libro de la Ley no puede ser motivo ante todo de revisión ni de llanto, sino fundamentalmente de fiesta y de un gozo que es su fortaleza.
Sin embargo no siempre la ley ha sido un logro. Cuando la ley suplanta al legislador, cuando la ley deja de ser la expresión gozosa y el logro más confirmado de una alianza, entonces ésta deja de vertebrar la vida humana y comienza a ser su primer peso, su mayor esclavitud. El pueblo de Israel, las distintas religiones, también se han visto envueltas en esta esclavitud que deshumaniza y trastorna la vida. No sólo la ley civil, también los rígidos esquemas rituales, las tradiciones, la leyes de carácter religioso, también han llegado a ser un freno en el desarrollo de la persona y su libertad.
Por eso, sin duda, asomarse a la Escritura, leerla con devoción, pero con la suficiente madurez humana como para entrar en un diálogo de seres libres con su Dios, es un motivo de fiesta. Jesús se introduce en nuestra historia como la mejor noticia, la “buena noticia”. Con su venida se cumple todo lo que estaba escrito, la ley alcanza su culmen, la alianza de Dios con su pueblo se explicita y se articula para siempre en la ley más definitiva. El Espíritu del Señor es la plenitud de una ley que habla como nunca de esa alianza. Con esta nueva Ley nunca más estaremos solos, se romperán las distancias entre griegos y judíos, esclavos y libres. Esta nueva ley articulará de manera inefable las relaciones entre todos los pueblos, porque es la buena noticia para los pobres, porque libera a los oprimidos, porque anuncia el año de gracia del Señor.
Nos está haciendo falta alguien que lea para todos las Escrituras con un nuevo tono, alguien que con su voz logre calar dentro de todos y encender de nuevo la alegría. La Escritura como una letra muerta acaba por esclavizar, esa Palabra pronunciada con alguien con autoridad, convertida en un signo vivo y actual, con capacidad real para devolver la vista a los ciegos, para iluminar la vida de todos, antes que convertirse en una pesada exigencia moral, esa Palabra, esa Ley vuelve a ser noticia Buena en Jesús y en cada cristiano, en cada hombre que vive en el Espíritu del amor.
Ya no es una simple promesa, sino un poder liberador para el presente. A pesar de que alrededor nuestro descubramos un sin fin de vacíos, de absurdos, de divisiones, de calamidades, esa Palabra puede significar un soplo de aire fresco y nuevo, el respiro verdadero para muchos, para quienes sean capaces de abrir sus puertas al hermano, al que está cerca y al que está lejos, al que piensa como nosotros y al que no comparte nuestras ideas, al que profesa nuestra misma fe y al que pertenece a otro credo religioso, a todos sin exclusión. Esos podrán sentir la emoción y el gozo de verse ante el inicio de una nueva era. Esos no podrán ya seguir lamentándose o llorando incluso las propias culpas. Con Jesús ha llegado la hora de celebrar ya la libertad de todos.
Román Martínez Velázquez de Castro

1 comentario:

sampedro dijo...

Me apunto a alcanzar esa capacidad.
Saludos y muchos recuerdos, bastantes recuerdos.
Enhorabuena por el blog y por decidir reanudarlo.
Carmen Sampedro