martes, 5 de enero de 2010

Sin noticias de ti

En la sociedad de la comunicación no hay nada más paradójico que la incomunicación profunda en la que vivimos. Más posibilidades que nunca para hacernos presentes los unos a los otros, pero más dificultades que nunca para dialogar, para mostrarnos como somos, para entender al otro. Crecen los medios de comunicación pero no la calidad de nuestras relaciones. Una vez más hemos de plantearnos qué está pasando, por qué esa incapacidad para salir de nosotros y entrar en el otro, sin falsedades ni egoísmos.

El mundo de internet, del SMS, de las redes sociales, etc., se ha convertido en un arma de doble filo. Con todo lo bueno que tiene, viene a camuflar también la necesidad de comunicarnos a los demás con posibilidades bastante engañosas. Sin darnos cuenta podemos caer en la trampa de creer que por utilizar mucho los medios de comunicación ya estamos comunicados, y nada más lejos de la realidad.

Sin duda que no es fácil encontrar interés, respeto, sinceridad, compromiso, en la relación con las personas, pero si no la ofrecemos nosotros no tenemos derecho a quejarnos por ello. Son los pilares básicos sobre los que se constituye una comunicación auténtica y satisfactoria. Esta abundancia de medios nos facilita mucho el intercambio de información pero puede distraernos de lo verdaderamente esencial: entablar una comunicación profunda de nosotros mismos. Y aunque eso nos atrae y lo necesitamos, me temo mucho que nos da miedo entrar en ese tipo de diálogo, como si el hablar de nuestras necesidades más profundas y reales pudiera comprometernos en exceso, dejarnos desnudos ante el otro. Es algo tan comprometido y serio que incluso muchas personas parecen haber renunciado a ello para siempre. ¡Y no saben lo que se pierden!

Si hay algo humano y liberador, algo que nos llene de verdadera felicidad, es poder compartir con alguien lo que realmente somos, sin disimulos ni engaños. Mucho más si ese alguien es un ser querido y cercano. Silenciar nuestras inquietudes, acallar nuestros sentimientos, reprimir nuestros deseos, a nadie puede dejar satisfecho. Cuando actuamos así, antes o después nos sentimos solos, vacíos, porque acabamos recluidos en la solitaria isla de nuestro yo, y allí realmente no hay mucho de lo que llenarse. De este peligro no estamos libres nadie y basta, para comprobarlo, echar un vistazo a la calidad de la comunicación entre padres e hijos, en la vida de pareja, en las pandillas de amigos. Podemos estar rodeados de gente todo el día, estar aparentemente “comunicados”, pero cuando no hay verdadera comunión, uno acaba preguntándose: ¿A quién le importo realmente? ¿Quién me conoce de verdad? ¿Con quién cuento para siempre y sin condiciones? La soledad e insatisfacción de la incomunicación están extendidas entre nosotros mucho más de lo que podemos imaginarnos.

Por eso es importantísimo atreverse a romper moldes y entrar con los demás en un recíproco darse, creyendo incondicionalmente en que la gratuidad y el amor es lo que me hace profundamente persona. Estos días de Navidad celebramos que «la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros». Esa Palabra es Dios mismo. Él ha entrado en nuestra historia desde la desnudez y la humildad de un niño para interesarse por nosotros y mostrarnos el camino de la verdad. Una verdad que nos descubre las falsedades de nuestro mundo y nos abre a lo mejor de nosotros mismos. No estamos hechos para el individualismo ni el engaño por mucho que nos empeñemos en practicarlos. Cada uno de nosotros ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, es decir, creado para un permanente diálogo de amor. Por eso, si hemos encontrado alguien con quien vivir así no lo desaprovechemos, sigamos creciendo, y si son muchos, tanto mejor, y si alguien aún busca con quien entablar ese diálogo, desde este blog, desde esta Parroquia de San Juan Mª Vianney, que cuente con nosotros, podemos intentarlo juntos, seguros de que la palabra, cuando nace del amor, engendra vida, mucha vida.
Francisco J. Campos Martínez

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias por compartir este artículo. Nada más acorde con lo que estamos viviendo.