sábado, 9 de enero de 2010

EN CAMINO CON LA PALABRA - Bautismo del Señor


 Un Espíritu que renueva y sostiene
Durante siglos la Iglesia ha venido desempeñando una función social de primera importancia. Cuando la enseñanza era privilegio de muy pocos, o la asistencia sanitaria sólo era accesible para las clases más beneficiadas, cuando los niños quedaban sin la protección de un hogar, o los pobres se veían condenados a vagar en las calles sin asistencia alguna, la Iglesia ha estado ahí siempre prestándose la primera, tomando iniciativas y fundando miles de instituciones para cumplir lo que es su vocación esencial: el servicio a los más necesitados y el anuncio del evangelio a los más pobres de todos. El suyo ha sido siempre un servicio social directo y, al mismo tiempo, una llamada de atención a la sociedad, que debe poner sus mayores esfuerzos en el desarrollo de la justicia y el respeto a la dignidad de las personas.
Podríamos elaborar una lista interminable de estos servicios e instituciones que a lo largo de los siglos han nacido en el seno de la Iglesia, gracias a la radicalidad y la entrega de personas ejemplares que han arriesgado todo en este mundo al servicio de sus semejantes. Ahí están los más grandes santos y fundadores que conocemos, pero también junto a ellos un sinfín de personas, de voluntarios que también han puesto su vida al servicio de causas tan nobles. También en la actualidad surgen nuevos campos en los que el cristiano da testimonio de su fe, de la vocación profunda a la que está llamado por el bautismo. Son personas consagradas y sobre todo laicos que no dudan en dar parte de su tiempo o todo su tiempo para la promoción del tercer mundo, para la asistencia y el cuidado de drogodependientes, de enfermos de SIDA, para la atención a discapacitados, para la ayuda a los ancianos, para el cuidado de los enfermos en hospitales y en sus domicilios, y un largo etcétera que hace muy actual el mensaje y la fuerza evangelizadora de Jesús.
En los últimos años se han multiplicado las asociaciones aconfesionales sin fin lucrativo que, en esta misma línea, tratan de poner de relieve la necesidad de la solidaridad entre todos los pueblos y personas. Se han multiplicado por miles los voluntarios que en las más diversas ONG’s ofrecen algo de sí mismos, de sus cualidades, de lo suyo, de su tiempo, para socorrer a quien más lo necesita. Los gobiernos, por su parte, han hecho que ya no sean tan necesarias labores asistenciales que la Iglesia ha realizado durante siglos, en el campo de la enseñanza, de la salud y de la asistencia social en general. Esta responsabilidad asumida desde el estado es un logro por el que todos debemos felicitarnos, así como por la multiplicación de las ONG’s y de los más diversos voluntariados.
Sin embargo queda aún mucho terreno por recorrer. En la persona de Jesús se ha manifestado un Dios que es Padre de todos, misericordia sin límites, que se compadece con el dolor de cada hombre. Y ninguna actividad, ni ninguna institución, serán suficientes para expresar la caridad infinita de nuestro Dios. Ni la tarea social que desempeñan los gobiernos, ni el nacimiento de los múltiples voluntariados en la sociedad, suplen el deber de cada cristiano y de la Iglesia como cuerpo en el orden del amor fraterno.
Nuestra tarea será siempre la de hacer presente a este Dios de amor infinito y mover a todos a entrar en el mismo círculo de la justicia, de la solidaridad, de la caridad misma de Dios. En el Bautismo de Jesús, Dios lo manifiesta a todos como su Hijo, como quien puede hacerlo cercano a cada ser humano. Él ha sido ungido con la fuerza del Espíritu Santo para aliviar los dolores de la humanidad. Ha sido consagrado por el Padre para anunciar la buena nueva a los Pobres, para bautizar a quienes se conviertan con Espíritu Santo y fuego.
La Iglesia, la gran familia de los bautizados en Cristo, es continuación suya en la historia. Ha sido hecha partícipe de todos los dones divinos, para ser una presencia suya liberadora hasta los confines de la tierra. No podemos descansar, por tanto, ni creer cumplido nuestro tiempo por el surgir de todas estas nuevas asociaciones y voluntariados que trabajan por el hombre y el bien común. Ahí se hace más necesaria nuestra presencia, para que nunca falte la luz y la fuerza del Espíritu que alienta y sostiene a todos. El cristiano, juntamente con Cristo, está llamado a ser con su testimonio y su palabra un reclamo constante para todos, una luz y un soporte de la justicia y de la fidelidad a Dios y a cada hombre, garantes de la libertad verdadera y de una humanidad proyectada hacia un futuro de comunión y de auténtico progreso para todos sin distinción.
Román Martínez Velázquez de Castro

No hay comentarios: