sábado, 9 de enero de 2010

EN CAMINO CON LA PALABRA - Fiesta de Epifanía

«Sobre ti amanecerá el Señor»


El mundo de los gentiles no es ya un mundo marginado. Más bien diría que ser creyente, ser religioso, es lo que hoy aparca a algunos y los saca de la carrera del progreso y de la cultura moderna. Como si cultura y progreso fueran casi equivalentes de agnosticismo o increencia. Así las cosas, no parece en principio un avance el que Dios se haya querido revelar con el nacimiento de Jesús también a los gentiles, a los que quedaban prácticamente excluidos de los planes salvíficos de Dios, según el parecer de la casta religiosa.

En realidad los creyentes hemos transformado en muchas ocasiones la relación con Dios, la cuestión de la fe, en una especie de pugna por el privilegio y hasta el monopolio de Dios. Mientras tanto los no creyentes han constituido un mundo paralelo, en el que ya cuenta poco la valoración que de ellos se haga desde las religiones. La cuestión actual sería sobre todo saber dónde colocarnos, hacer la opción por uno u otro universo, el universo de la fe o el universo de la increencia. Casi diría más, la cuestión actual sería valorar qué es lo que prevalece, qué es lo más puntero hoy o, dicho de otro modo, valorar lo que está de moda o no lo está.

Sin embargo para Jesús la cuestión es bien distinta. Se trata, más bien, de ver cómo reunir a todos, de encontrar la única verdad que nos iguala y nos pone en relación. El nacimiento de Jesús desconcierta al poder religioso de la época, incomoda a los que se habían abrogado en exclusiva los derechos de la fe. Es un nacimiento que pone nervioso y sacude el poder establecido de quienes se consideraban con la exclusiva del “pueblo de Dios”. La vocación de Jesús es universal, alcanza a todos, él viene para reunir de nuevo a la humanidad.

Esta presentación de hoy a los magos de oriente es la presentación o manifestación del proyecto salvífico de Dios que se abre hasta los confines del universo, y que transciende el esquema religioso de Israel, para abrirse a los hasta entonces llamados “gentiles”. Jesús, el Hijo del Hombre, el Dios-con-nosotros es ahora el único mediador entre Dios y los hombres. En él Dios se hace asequible para todo ser humano, porque él mismo se humaniza, asume como lugar de manifestación nuestra propia carne, como lugar de encuentro el mismo ser humano.

Es la plenitud de la religión, porque es la manifestación más completa de Dios y la más asequible, la más cercana. Porque en Jesús definitivamente Dios y el hombre se funden. La ley externa deja de ser un privilegio, un muro de separación, y es sustituida por la ley interna, la ley del Espíritu que se nos ha comunicado a todos. La predicación de San Pablo es definitiva: “que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y participes de la Promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. Ya no nos separa la Ley, nos une el Espíritu que se nos ha dado, el Espíritu de Dios, presente en cada hombre. La fe no es un privilegio, sino un don que universaliza y extiende las posibilidades de todos.

La respuesta de los magos de oriente a una revelación, en principio imprecisa y oscura, es una respuesta de comunión, de fusión con el Dios que acaba de nacer. Sus dones son anuncio de la realidad que acaba de nacer y expresión de toda una actitud nueva del mundo gentil frente a Dios y frente a lo religioso.

Dios se ha acercado y manifestado al mundo, eliminando cualquier barrera o privilegio; y el mundo debe hacer lo propio, acercándose de nuevo a Dios y entre sí, rompiendo las barreras elevadas por las religiones, por las ideologías, por el poder, por todo aquello que nos separa a quienes nacimos para ser un solo pueblo.

Tanto el atomismo promovido por el individualismo, el regionalismo, el racismo, como también, por su parte, la marcha prácticamente ineludible hacia la globalización, necesitan de este equilibrio nuevo de fuerzas que representa Jesús. En él, en su evangelio, encuentran la armonía pluralidad, diversidad y comunión. En él se da el diálogo necesario entre Dios y el hombre, entre las personas y las culturas, entre todos los pueblos. No reduce nunca el espacio, sino que lo agranda; no encadena, sino que libera; no margina, sino que integra; no hace clases, sino que pone de relieve la dignidad de cada ser humano al servicio del bien común. Nos falta acercarnos a Belén, a ese sitio pequeño y perdido para encontrarlo entre los humildes y presentarle al hombre-Dios o al Dios humanado lo mejor de nosotros mismos.

Román Martínez Velázquez de Castro

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