martes, 12 de enero de 2010

El Paraíso, día a día


Cuando Adán y Eva probaron el fruto prohibido, no fue la desnudez de sus cuerpo lo que tenían que ocultar sino la vergonzosa traición hecha a quien les había ofrecido la amistad más sincera. Antes de la caída no había problema alguno para andar desnudos por el Jardín del Edén y hablar con Dios de tú a tú, descubriendo junto a Él cada rincón de ese maravilloso Paraíso. Dios sólo les puso una condición: no dudar de su bondad, de su gran amor por ellos. Por eso, cuando Eva dudó y pensó que podía crear su propio paraíso con todo lo que había recibido de Dios, cayó sobre ella la amargura de una decisión que la aislaba y reducía como persona. Fue el comienzo de una caída que les condujo lejos del Paraíso, al destierro de una confusa y triste vida.
Esta primera caída se repite entre nosotros como si Adán y Eva no hubieran abandonado del todo nuestra condición humana. Muy a menudo rebasamos los necesarios límites de la vida que Dios creó para nosotros. Él nos creó para vivir en comunión, y nosotros nos empeñamos en mal-vivir como solitarios egoístas. Nos dio la verdad y el gusto por lo auténtico y, sin embargo, no nos resistimos al poder de nuestros caprichos y debilidades. Nos ofrece amistad sincera y comprometida, pero antes tenemos que deshojar la margarita de nuestro interés y conveniencia. Vivo en una mentira… pero es “mi” mentira. Como vemos, el fruto prohibido sigue estando ahí, tan tentador como siempre, bajo sus mil seductoras caras.
Basta ver cómo nos enredan la falta de confianza, las infidelidades, las hipocresías sobre las que construimos una personalidad falsa y oscura. Cuántas veces nos hemos descubierto frente a Dios, presente en toda relación sincera con los demás, tapando nuestras vergüenzas con una hoja de parra, dejando que ésta separe lo que el amor había unido. Son elecciones diarias, pequeñas o grandes, que por “salvar nuestro pellejo”, nos van lentamente alejando del Paraíso, de una Verdad y una Vida más grandes, sintiéndonos extraños en nuestra propia tierra y sin capacidad para reconocer al otro como “carne de mi carne”, ahogados en nuestros egoísmos y orgullos, con una vida pobre y raquítica, donde hay que mendigar aquello que Dios nos daría generosamente.
Estamos necesitando un urgente golpe de timón, porque cuanto más nos alejamos del Paraíso, más larga se hace la vuelta. ¡Hoy puede ser este punto de retorno! Tenemos que mirar más allá de nosotros mismos para poder disfrutar del Paraíso que Dios ha creado para mí. Un Paraíso que supera siempre nuestras expectativas porque en él toda la realidad es un don.
Francisco J. Campos Martínez

1 comentario:

AntonioL dijo...

¡Cuantas relaciones y oportunidades se pierden por salvar nuestro pellejo! Asi andamos, tapando nuestras vergüenzas con multiples apariencias por no ser transparentes. Gracias por la reflexión.