Por la ladera del monte corre fresca y viva la acequia de mi pueblo. Es una imagen renovadora para el que la contempla en estos tórridos días de mayo. En aquellas pendientes abruptas, ese canal de sabia derrama una corriente de salud y vida en tierras a menudo secas. Un despliegue de frescura y esplendor que no podemos admirar en nuestras ciudades, cubiertas de cemento, edificios, agitación, prisas, nervios... donde multiplicamos nuestras necesidades, al tiempo que olvidamos dónde encontrar lo realmente necesario. Aquella pequeña cascada me lo hizo patente de nuevo. Por muy árido que parezca nuestro mundo, siempre existirá una corriente llena de vida y esperanza. Sólo hay que esperarla, como el campesino espera el agua de mayo: trabajando la tierra y preparando los surcos para el riego. Luego, pararse a contemplarla, como el que se admira al recibir el regalo más preciado.
Manuel Quintana M.
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